Era una noche oscura y lúgubre en el tranquilo barrio de Rucio, en Peñuelas. Las sombras se alargaban mientras el silencio envolvía la carretera PR-391. Pero en medio de esa quietud sepulcral, un testigo presenció una escena que lo dejaría marcado de por vida.
Juan, un vecino del lugar, paseaba a su perro cerca de la orilla de la carretera cuando sus ojos se encontraron con una visión dantesca. Un cuerpo completamente calcinado yacía en medio de las llamas, envuelto en un halo de destrucción y misterio.
El fuego devoraba cada centímetro del cadáver, transformándolo en una figura irreconocible. El horror se apoderó de Juan mientras observaba con incredulidad cómo las llamas danzaban alrededor de aquel ser que alguna vez fue humano.
Tembloroso y con el corazón acelerado, Juan corrió hacia el pueblo para dar aviso a las autoridades. La noticia se propagó rápidamente, y pronto el lugar se llenó de sirenas y luces intermitentes, mientras los investigadores trataban de descifrar el enigma detrás de aquel macabro hallazgo.
Días después, las autoridades lograron identificar al hombre que había sido consumido por el fuego. Era Harry Luis Rodríguez Arman, conocido como “Bebo”, un joven de 30 años residente de Guayanilla. Pero lo que aún quedaba por descubrir eran los oscuros motivos detrás de su terrible destino.
Un testigo, bajo anonimato por temor a represalias, reveló que “Bebo” había estado involucrado en el mundo de las drogas y tenía deudas pendientes con una peligrosa organización criminal. Se decía que su muerte era el resultado de una venganza sanguinaria, un mensaje macabro para aquellos que se atrevieran a desafiar el imperio del narcotráfico.
El pueblo de Peñuelas quedó sumido en un estado de temor e inseguridad. La sombra de aquellos que controlaban el tráfico de drogas se alargaba sobre la comunidad, recordándoles que nadie estaba a salvo de su oscura influencia asi esta Puerto Rico.